La actuación social ética y la reputación: construyendo confianza


La actuación social ética y la reputación: construyendo confianza


Según (Parra, 2006)  Cuando el comportamiento humano es éticamente bueno, hace mejor a la persona mediante la generación de hábitos, la hace virtuosa, mejor persona, con cualidades humanas que permiten calificarla de persona, más o menos, excelente: buena, sincera, justa, amable, etc. Esta calidad humana o excelencia personal, la hace merecedora de confianza por parte de quienes la rodean en una organización, y cuando el clima general en la organización es de confianza, basada en los comportamientos habitualmente buenos de sus miembros, esta confianza se puede trasladar al entorno de la organización.
El buen comportamiento genera confianza en su dimensión ética y ésta se transmite del plano personal al organizacional y de éste al entorno; mientras que el comportamiento éticamente reprobable destruye confianza, de ahí que se pudiera calificar esta relación como la de un círculo virtuoso de construcción de confianza o bien como un círculo vicioso de destrucción de confianza.
La reputación constituiría el reconocimiento a un comportamiento, bueno o malo, de una persona o los miembros de una organización, de ahí su carácter más estructural, objetivo y global, que el de la imagen personal o corporativa. La imagen tendría un carácter más coyuntural, subjetivo, y parcial que el de la reputación, por estar asociado a aspectos concretos de la excelencia de la persona o los miembros de una organización.
La buena reputación corporativa es el juicio positivo que se realiza de una organización, basado en la percepción de que su comportamiento es bueno. La organización que actúa bien en sentido ético, se hace digna de confianza en este ámbito.
El círculo virtuoso de construcción de confianza en su dimensión ética permite además alcanzar algunas otras conclusiones que se recogen a continuación:
a)      «La responsabilidad ética es siempre personal, intransferible e irrenunciable, con independencia de las reglas de la responsabilidad penal o civil que existan. Carece de fundamento intentar transferir al mercado o al público («damos lo que el público o el mercado nos pide») la responsabilidad ética» personal. «El necesario conocimiento del mercado ni atenúa ni elimina la responsabilidad ética de las acciones propias».
b)      La ética, como tarea, requiere la implicación de todos, precisamente por empezar y terminar en el plano siempre personal. Intentar lograr organizaciones humanamente excelentes sin el compromiso de todos sus miembros puede resultar tremendamente costoso, cuando no imposible, pues el comportamiento desleal, injusto o insincero de personas particulares erosiona la confianza organizativa y, con ella, limita las posibilidades de ofrecer confianza a terceros. Este síntoma de enfermedad ética tendrá repercusiones más fuertes en la medida en que afecte a más personas en la organización.
c)      Nadie da lo que no tiene, hay que empezar por esforzarse personalmente en la mejora ética. Esto significa, precisamente, la implicación de todas las personas, el reconocimiento de que la mejora continua en el plano ético empieza por el esfuerzo personal. Siempre se puede ganar en virtudes éticas. Virtudes como la sencillez, para reconocer los errores y llamar a las cosas por su nombre, la humildad, para pedir perdón cuando se ha obrado mal, la fortaleza, para volver a empezar cuando se ha cometido una torpeza. Todo ello es compatible con cualquier función dentro de una organización. El círculo de la confianza no es sólo misión de quienes mandan, sino de todos.
d)     La ética no es algo añadido, artificial o externo al propio comportamiento humano en las organizaciones. Como se ha expuesto ya, calidad técnica y calidad ética son dos componentes de la calidad profesional, pues al fin y al cabo, todo profesional es persona.
e)      La libertad es condición necesaria para poder hablar de responsabilidad ética. Sobre esta premisa se apoya el círculo de la confianza. Se puede construir o destruir confianza, precisamente, porque se puede actuar bien o mal. La libertad permite obrar mal y destruirse como persona pero es, a la vez, el elemento necesario para rectificar, pedir perdón y volver a empezar. Lo que no cabe es llamar justicia a la injusticia, o verdad a la mentira. Eso sería negar la realidad de la condición libre del obrar humano, o la posibilidad de juzgar su contribución a la propia excelencia y a la de los demás.
f)       La ética está permanentemente abierta a la reflexión, pues la realidad de las organizaciones humanas está en permanente cambio. La confianza se construye, se destruye y se reconstruye con reflexión y esfuerzo. La virtud de la prudencia para acertar en cada caso, y el estudio permanente ante las nuevas realidades, son necesarios para hacer frente a los aspectos éticos que surgen en cada una de las diversas actividades humanas. Toda circunstancia humana es ocasión para aprender y ejercitar la ética, de ahí que la formación intelectual en ética no termine nunca, como tampoco existen vacaciones para su puesta en práctica.
g)      La ética personal y la ética profesional no son separables. Como se ha visto, las virtudes éticas, al igual que los vicios, constituyen hábitos estables del carácter que llevan a la persona a obrar de modo habitual del mismo modo. La persona es más o menos sincera, más o menos ordenada, más o menos optimista, más o menos perezosa. El círculo de la confianza en las organizaciones se apoya en principios y hábitos estables de personas que no dejan de serlo o no debieran dejar de serlo, al llegar a la organización.
h)       La ética se ordena al bien, de ahí su permanente apertura a la excelencia, y su conexión natural con la plenitud humana y con la felicidad. Las obligaciones, las normas, las reglas que miran a evitar el mal, lo hacen en la medida en que éste supone ausencia de bien. En este sentido, la norma ética es necesaria en todas las profesiones y ámbitos organizativos, como lo es el mapa de carreteras en un largo viaje en coche.
El círculo de la construcción de la confianza permite entender las organizaciones en términos relacionales y no exclusivamente transaccionales. La confianza que se genera en los comportamientos entre personas, organización y entorno, estabilizan las relaciones humanas, y no las reducen exclusivamente a contratos. Junto a esto, cualquier persona que se incorpora a una organización puede convertirse en constructor de confianza.

Bibliografía

Parra, M. G. (2006). Ética en las organizaciones. Construyendo confianza. Madrid: PEARSON EDUCACIÓN, S.A.



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